miércoles, 3 de agosto de 2011

El Klimtbolso

                Me gustan mucho todos los cuadros del austriaco Gustav Klimt. Creo que me recuerdan, en general, a una niña que descubrió que podía hacer dibujos dentro de dibujos en lugar de colorear los primeros que era un rollo. De todas sus obras prefiero con diferencia ‘El beso’. Me inspira ternura, posesión, amor, belleza… Todo lo maravilloso en una pareja de enamorados comprimido en una décima de segundo, atrapado en ese maravilloso instante en el que él le coge posesivamente, protectoramente, la cabeza a ella y se acerca para besarla; y ella le corresponde cogiéndole la mano y abrazándole por la nuca, con los ojos cerrados esperando ese cariñoso beso. Pienso que Klimt captó el momento a la perfección.
                Llevaba tiempo queriendo homenajear, a mi manera, al maestro pero no se me ocurría cómo. Hasta que una noche mirando sus obras aquí y dándole vueltas a que necesitaba un bolso grande, uní mis dos problemas. Y decidí hacerme un bolso lo suficientemente grande para que me cupiera una carpeta tamaño folio y decorarlo con mi cuadro favorito.

                Tengo un montón de telas y recortes de la ropa que he hecho. Lo que tengo es un problema, nunca tiro nada pero a veces viene bien. Con unos retales de raso, de piel de conejo negra y de terciopelo; un trozo de pana negra; un poco de guata (que le quité a un viejo batín); cintas de satén y unos cuantos botones, he hecho una reproducción de un fragmento de ‘El beso’ de Klimt en patchwork.

                He tardado unas treinta y siete horas en terminarlo. Nunca había calculado lo que tardo en hacer algo, pero una amiga que tiene un comercio, me dijo que si le hacía una docena ella los vendería a buen precio, yo me reí ¿Qué precio sería ese? La materia prima no es cara, pero yo había trabajado mucho aunque no pensé que fuera tanto. Me sorprendió la cantidad de tiempo porque disfruté cada minuto de esas horas que a mí me parecieron un soplo.

                Como curiosidad, a mi Leoncito, cuando ya estaba casi terminado el bolso, le dio por decir que el hombre tenía cara de llamarse Mauro. Y con ese nombre se ha quedado. A ella no la hemos apodado todavía.